A veces perdemos la paz ¿Por qué?
Domingo, Mayo 1, 2016 - 11:17
Verdaderamente ha resucitado el Señor, y está con nosotros, para comunicarnos su vida y su verdad, descubriéndonos que el amor triunfa por encima del pecado y de la muerte. Por eso nos dice: “Mi paz les dejo, mi paz les doy”. No pierdan la paz. Sin embargo, quizá pensemos: ¿Cómo no perder la paz en medio de tantas tentaciones que nos inquietan y que nos hacen caer una y otra vez? ¿Cómo no perder la paz cuando hay problemas en casa, en el noviazgo, en la escuela y en el trabajo; cuando se padece una enfermedad, el dinero no alcanza, y en este mundo, plagado de erotismo, injusticia, pobreza, dolor y violencia, la gente es reducida al rango de cosa?
Al pensar esto, podemos sentirnos invadidos por una terrible sensación de miedo y desesperanza, de la que quizá intentemos huir siguiendo modelos patológicos propuestos en películas, telenovelas, programas, revistas y canciones. ¿Y que logramos?; pasarla bien, pero sin paz. Porque consumir sensaciones y emociones fuertes; hacer de la violencia y la destrucción un pasatiempo de video juego; hablar de forma vulgar y agresiva; vestir y actuar de manera de manera provocativa; necesitar alcohol, cigarro y drogas para sentirse bien; ser abusivos y tramposos en la escuela, en el trabajo, en los negocios y en la convivencia social; usar a las personas, y desentendernos de los demás, solo nos encierra en la cárcel del egoísmo, el sinsentido y la soledad.
Pero Jesús, lleno de piedad por nosotros, entra en nuestra vida para ofrecernos su paz. Una paz que no es superficial, aparente, incompleta y fugaz como la que da el mundo, sino verdadera, profunda, plena y permanente, ya que brota del amor. Sabernos amados por Dios, y comprender que por encima de todo estamos en sus manos, nos lleva a ver la realidad de manera integral, descubriendo que el amor en más poderoso que cualquier mal. Que quien ama, alcanza una paz que nada ni nadie le puede arrebatar. “El amor –escribió san Agustín-, es el único que hace… habitar en la mansión en que el Padre y el Hijo moran”. Por eso, como ha recordado el Papa Benedicto XVI, la paz es un don y una tarea. ¡Si!; debemos recibir y comunicar la paz, respetando la dignidad de cada ser humano, aún en las circunstancias más complejas.
La paz de Jesús la alcanza quien cumple su palabra
Cuando uno aprecia algo, está dispuesto a todo con tal de poder vivirlo, aunque tenga que enfrentar dificultades. Por ejemplo, quien gusta de jugar fútbol, no se acobarda por los balonazos o patadas que haya recibido. Aún cansado y golpeado, sigue adelante, deseoso de anotar gol. Y cuando el partido termina, a pesar de haber quedado maltrecho, sueña con el próximo, anhelando superase cada vez más. Así debemos ser en la vida; guiados por Jesús, el “Capitán” del gran equipo de la Iglesia, fijemos la mirada en el balón del amor, y hagamos que entre en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestro noviazgo y en nuestra sociedad, para alcanzar la victoria de la paz.
No permitamos que nos detengan nuestras debilidades, o las patadas del equipo contrario –que son las tentaciones y los problemas-. Por que como decía san Gregorio: “La prueba del amor está en las obras… y cuando rehúye obrar ya no es amor”.
San Agustín afirma que Jesús, “nos deja la paz en este mundo, con cuya ayuda vencemos al enemigo, y… nos amamos mutuamente. Nos dará su paz en la vida futura, cuando reinaremos sin enemigos, y donde nunca podremos disentir entre nosotros… El mismo es nuestra paz”. Esa paz que es “serenidad en el entendimiento, tranquilidad de ánimo, sencillez de corazón, vínculo de amor y consorcio de caridad”. Así lo entendió santa Faustina, quien con su testimonio nos enseña que la confianza en Dios no es una especie de “droga” o “anestesia” para huir de la realidad y no sentir, sino una decisión en la que la inteligencia y la voluntad cooperan con el don de la fe para vivir como el Señor nos ha mandado.
“Aunque gozo de una paz profunda –escribe la secretaria de la Divina Misericordia-, no obstante esta paz profunda no me quieta la sensación de sufrimiento… sin embargo… mi alma goza de una paz profunda y de felicidad”. Y esto, porque la paz autentica puede compararse a la corriente de un rio, como escribe el Cardenal Poupard: “Cuando sopla un viento fuerte, la superficie del agua se encrespa y agita, pero, por debajo, las aguas profundas discurren tranquilamente hacia el mar”.
Para lograrlo, dejémonos guiar por el Espíritu Santo, a través del Magisterio de la Iglesia, como lo hizo, a pesar de las dificultades, la primera comunidad. Así comenzaremos a gustar desde ahora la paz, que será definitiva en la Jerusalén celeste, la cual “no necesita la luz del sol o de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina”.

