Trabajaron mucho y no pescaron nada
La experiencia nos demuestra que a veces, por más que nos esforcemos, nuestros trabajos resultan inútiles.“No hay tarea tan simple que no pueda hacerse mal. Si parece fácil, es difícil. Si parece difícil, es imposible. Pero sonría; mañana puede ser peor. Nada es tan malo como para que no pueda empeorar”, afirman algunos. Incluso, hay quien dice: “lavar el carro para que llueva, suele no dar resultado. Si compras un disco por una canción que te enloquece, las demás serán pésimas”. Sin embargo, en lugar de ofuscarnos y asumir una actitud de fracaso insuperable, sintiéndonos víctimas de las circunstancias, debemos preguntarnos: “¿De verdad estoy haciendo bien las cosas?”.
En su “Expedición de reconocimiento al Everest” (1951), Eric Shipton narra la difícil situación que el y su equipo sufrían: “La nieve nos llegaba hasta las caderas, de suerte que aun siendo tantos para relevarnos en el trabajo de abrir camino, la progresión era muy lenta. La elección de una falsa ruta nos costaba una hora de infructuoso trabajo”. Aplicando esto a nosotros, podemos comprender que en la vida no basta esforzarse, sino que hay que saber por qué, para qué y cómo hacerlo. Jesús, vencedor del pecado, del mal y la muerte lo sabe. Por eso, conociendo que en este mar de la vida somos “pescadores de felicidad” deseosos de llegar a la Patria eterna, nos sale al encuentro y nos enseña la manera correcta de “echar las redes”.
“Después de una larga noche de soledad y fatiga, su aparición cambia radicalmente todas las cosas: la luz vence la oscuridad, el trabajo infructuoso se convierte en pesca abundante, en alegría y paz, decía el Papa Juan Pablo II. “Él, que lo pudo hacer sin ellos, pero ellos no pudieron hacerlo sin Él” –como afirma san Agustín-, nos invita a darnos la oportunidad de evaluarnos, para tomar a tiempo la decisión correcta. Por eso, con el único deseo de ayudarnos, nos pregunta: “¿Has pescado algo?”; “Después de tantos años de matrimonio, de vida familiar, de noviazgo, de amistad, de trabajo, de estudio y de vida cristiana y social ¿has pescado algo?.
Jesús nos enseña a pescar de verdad
Quizá, con sinceridad, tengamos que responderle que no. Pero en lugar de quedarnos tristes y fracasados, debemos darnos cuenta que si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo. “porque mientras estamos en la vida de este siglo deseamos muchas veces cosas que ignoramos son en nuestro daño; pero no sucede así estando en Cristo, el cual no nos concede lo que nos perjudica”. ¿Cuál es la “técnica” para lograr una pesca perfecta?: el amor. Por eso Jesús pregunta a Pedro, y hoy a nosotros. “¿Me amas?”, es decir: “¿Crees en mi, que te amo infinita e incondicionalmente? ¿Te fías a mi Palabra, en la que te muestro el camino hacia la felicidad, que consiste en amar, como yo te he amado? ¿Confías en que yo mismo te doy la fuerza necesaria para hacerlo en la comunión de mi Iglesia, a través de mis sacramentos?”.
Pedro, que antes había confiado más en si mismo que en Dios, y que había actuado de forma poco solidaria con el grupo, se dejó iluminar por el Resucitado, y recapacitó. “Señor, tú lo sabes todo”, confesó, consciente de que Cristo es digno de recibir el honor, la gloria y la alabanza. Por eso, cumpliendo el mandamiento del Señor de apacentar a los suyos, fue capaz de llegar a soportar azotes “por el nombre de Jesús”, obedeciendo a Dios, antes que los hombres, sabiendo que Dios está a favor de todos ellos. Hoy también Cristo Resucitado, compadecido de nosotros, nos muestra el camino de la dicha: el amor. “Si me amas, procura hacer felices a tu esposa, a tu esposo, a tus hijos, a tus padres, a tus hermanos, a tus suegros, a tus nueras, a tu novia o a tu novio, a tus amigos, a tus compañeros de estudio o de trabajo, a tus empleados, a la gente que te rodea, especialmente a los que más te necesitan ¡Ámalos!, a pesar de las dificultades y hostilidades que puedas encontrar en la vida”.
Pedro lo entendió, aprendió y cambió. Resultado: obtuvo una abundante pesca que compartió con otros. Y con su red llena llegó a la orilla, que es la felicidad plena y eterna del cielo. ¡Alcanzó lo que tanto andaba buscando!. Y nosotros, ¿seremos capaces de hacerlo? ¿Tendremos la valentía de encontrarnos con Cristo? En la barca de Pedo, es decir en la Iglesia, y hacer lo que Él nos dice? “más vale aprender de viejo, que morir necio”, enseña un refrán. Aunque “una mirada superficial pueda hacer parecer que a veces triunfan las tinieblas del mal y la fatiga de la vida diaria, la iglesia sabe con certeza que sobre quienes siguen a Cristo resplandece la luz inextinguible de la Pascua”.
Sigamos a Jesús, decidiéndonos a “pescar” a su manera. Y veremos cómo Él cambia nuestro duelo en alegría para siempre.