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Una marcha para la clientela… y para el ego

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La marcha y el discurso que ayer pronunció López Obrador fueron eventos pensados y diseñados para su clientela, que nada sustancial van a cambiar en la ecuación política del país

Tanto la marcha como el discurso que ayer pronunció el presidente López Obrador en el Zócalo fueron eventos pensados y diseñados para su clientela.

No quiere decir que no sea importante. Se trata de millones. Pero, se pensó, diseñó y ejecutó para ella… y para el propio López Obrador.

Habrá discusión respecto a si la concentración humana que tuvo lugar el día de ayer en la Ciudad de México fue mayor a la realizada 15 días antes, convocada para defender al Instituto Nacional Electoral (INE).

Creo que ese debate será irrelevante.

Las dos marchas fueron extraordinariamente numerosas.

Sin embargo, la de ayer fue fundamentalmente un acto de masas organizado por el Estado. Convocado, estructurado y financiado por el gobierno federal y gobiernos locales, que en muchos casos ya están en simbiosis con Morena, al viejo estilo del PRI-gobierno.

No quiero decir con ello que no haya existido una asistencia espontánea. Hubo muchos que acudieron de manera convencida.

Sin embargo, la marcha de dos semanas antes no tuvo prácticamente intervención de partidos políticos y fue organizada exclusivamente por la sociedad civil.

Miles más o miles menos, no es esto lo relevante.

El presidente López Obrador no hubiera organizado esta marcha de no haberse realizado la concentración del 13 de noviembre.

AMLO quería estar nuevamente en las calles, como lo demostró el lento recorrido que duró varias horas desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo. Rechazó subirse a un automóvil cuando el programa se retrasaba visiblemente.

Quería sentirse nuevamente arropado por su gente, a quienes él llama genéricamente, el pueblo.

Y precisamente para ellos fue el mensaje pronunciado en la plancha del Zócalo.

No lo hizo desde el balcón de Palacio Nacional sino en un templete, como en sus tiempos de líder social.

Luego de un larguísimo recuento de datos, muchos de ellos imprecisos, falsos o recortados a conveniencia, llegó finalmente la parte sustancial de su discurso, en donde definió cuál es su doctrina política, con la cual bautiza al proyecto que está encabezando.

Humanismo mexicano fue el título que le asignó, y que por lo genérico no quiere decir prácticamente nada.

No se esforzó mucho en buscar la denominación.

La realidad es que su proyecto es un conjunto de políticas a veces contradictorias que ha ido aplicando a lo largo de los últimos cuatro años, que van del conservadurismo fiscal recalcitrante al asistencialismo, que se arropa con un inexistente combate a la corrupción y que produce más pobres, según datos de Coneval.

Pero todas estas medidas tienen como consistencia el propiciar la concentración del poder en la Presidencia y la permanencia de AMLO como el líder social y político más poderoso del país en décadas.

López Obrador habló de la realidad paralela que describe todos los días en las mañaneras, aquella en la cual el país está resultando cada vez más exitoso en todos los terrenos, el social, el del bienestar, el económico, el de la salud, el de la educación, incluso el de la seguridad.

El discurso de ayer fue en realidad, otro esfuerzo de esta construcción del mundo paralelo que ha creado y que ha sido tremendamente exitosa.

Para algunos resulta inexplicable el hecho de que un saldo tan negativo como el que tiene en su administración no se refleje en un desplome de la popularidad presidencial.

Ayer, nuevamente encontramos la razón de ello.

López Obrador es ante todo ese personaje que tiene la capacidad de conectar con mucha gente, particularmente con aquellos que fueron los excluidos por décadas.

No creo que esta concentración masiva ocurrida ayer en la Ciudad de México vaya a cambiar nada sustancial en la ecuación política del país, como sí lo hizo la marcha del 13 de noviembre al derrumbar la pretensión de la reforma electoral constitucional.

Pero sí le dará a Morena la prueba de que sigue teniendo la capacidad para desplegar su músculo político.

Por ser un evento para la clientela, no modificará ni las intenciones de voto, ni las simpatías, ni las antipatías del gobierno actual.

Pero, será quizás el primer acto de campaña en el camino hacia 2024, con López Obrador intentando convertirse nuevamente en la figura central de ese proceso.

Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero

Fotografía

clh

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