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López Obrador tira por la borda el regalo que la facción conservadora del PAN le había dado con la invitación a Abascal

Fidel Castro fue un gran embaucador. Convenció a los latinoamericanos de que luchaba por la utopía en la que todos vivirían mejor, ofreció la evidencia de la humillación estadounidense y convirtió su país, Cuba, en su propiedad personal. Fue el líder indiscutible por medio siglo, hasta que la enfermedad lo obligó a retirarse, dejando sus propiedades a su hermano, quien, hace poco, tuvo que hacer lo mismo, eligiendo a un cualquiera para hacerse cargo.

Como es sabido, la Revolución Cubana se gestó en México, y recibió el apoyo invaluable del cuerpo de inteligencia nacional, encabezado entonces por Fernando Gutiérrez Barrios, quien sería amigo personal de Fidel por el resto de sus largas vidas. Para México, esa revolución sirvió de segundo aire a la propia, al extremo de que el fundador del régimen, el general Lázaro Cárdenas, no sólo promovió organizaciones en defensa de Cuba, sino que incluso intentó volar a ese país para defenderlo del ataque en Bahía de Cochinos.

Ante el derrumbe de la legitimidad revolucionaria en México después de 1965 (la economía ya no daba, la clase media no tenía cabida), voltear a Cuba resultó de gran utilidad. Luis Echeverría, autor intelectual de la muerte de muchos estudiantes, intentó colgarse de Cuba para construir una entelequia internacional en la que él pudiese sobrevivir a la monarquía temporal. Carlos Salinas, en el proceso de terminar con la “hermandad latinoamericana”, hizo uso de Fidel para legitimarlo.

La relación con Cuba, pues, es larga. No sólo llegaron de allá Grijalva, Alvarado y Hernán Cortés. También Fidel y su renovación legitimadora, y ahora un señor Díaz-Canel, un burócrata de medio pelo, golpeador como toda la élite gobernante en Cuba, dictador por herencia, a quien el Presidente de México decidió celebrar en el Día de la Independencia. Tal vez, decía alguien, porque a Fidel jamás pudo conocerlo. Tal vez porque la ideología doméstica no le deja espacio.

En cualquier caso, se trata de una pésima idea. No le da a México nada. No permitirá generar más riqueza, ni nos coloca en mejor posición en el “concierto internacional” (por cierto, el mismo 16 de septiembre, la Unión Europea decidió revisar su relación con Cuba, por la violación a derechos humanos en la isla). No parece que pueda servir de moneda de negociación con Estados Unidos, que en esta misma semana entró en una espiral armamentista con China, y una descendente comercial con Europa, al vender a Australia submarinos nucleares, que son una amenaza para el país asiático, pero eliminan un negocio de Francia.

Al interior, con esta invitación, López Obrador tira por la borda el regalo que la facción conservadora del PAN le había dado con la invitación a Abascal. En redes sociales, fue vapuleado con el hashtag #Dictador.

No ganó nada López Obrador, ni para él ni para México, con esta invitación. Pero todavía puede ser peor. Mañana sábado habrá una reunión de la Celac, organización creada en Brasil desde la lógica bolivariana hace una década. Ya Brasil no forma parte de ella, y no sé qué tan interesados están los demás miembros en seguirle el juego a López Obrador de terminar con la OEA y crear un nuevo grupo. Ni Ecuador ni Uruguay están ya en esa región del espectro político, mientras Chile, y en especial Argentina, tienen asuntos internos sumamente serios como para buscar un frente antiestadounidense. Más aún, como decía, cuando la cuestión geopolítica ha tomado una dimensión distinta en esta misma semana.

Ya habíamos comentado la ausencia de visión estratégica de López Obrador. En el tema internacional, es todavía peor. Para los viejitos, es Echeverría otra vez; para los jóvenes, ya aprenderán, pero cuesta.

Columna Fuera de la Caja de Macario de Schettino en El Financiero

Fotografía archivom

clh

 

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