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Hace apenas 20 siglos

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Hasta los que quisieron o pudieron haber ayudado a Jesús de Nazareth, se equivocaron o se acobardaron

Un viernes de hace casi dos mil años, tuvo lugar la más importante de las reuniones cumbre en la historia. Ese día, que hoy los católicos conocen como el Viernes Santo, en tres ocasiones se reunió un joven, pero iluminado rabí judío con un poderoso, pero asustado procurador romano.

Para el pensamiento occidental, ese novel profeta no era tan sólo el hombre más humilde y solitario del pueblo más pobre y dominado del mundo. Era, ni más ni menos, el hijo único de su dios. El unigénito del dueño del universo y de la vida. En otros términos, era el hombre más poderoso que haya pisado la faz de la Tierra.

A su vez, para el Cristo, Poncio Pilatos fue la mayor representación cercana que tuvo del poder terrenal. Era el representante del dueño del mundo, en ese entonces llamado Claudio César Tiberio y apodado El Divino. Ese día, el más doloroso para los mega millones de cristianos que han vivido en 20 siglos, quedaron frente a frente el Hijo de Dios y el representante del César.

Dicen las escrituras que debatieron en algún momento. Pilatos advirtió al prisionero que no callara porque “tengo tu vida en mis manos y sólo yo puedo salvarte”. A esto, el acusado le respondió: “No tienes nada en tus manos. Todo tu poder viene de más arriba. Todo está decidido y tú no puedes cambiar nada”.

En efecto, nada pudo cambiar. No obstante que la acusación y los vasallos le repugnaban, Poncio Pilatos consintió con ellos. En ese tiempo el poder político imperial en mucho se parecía al poder divino celestial. Era absoluto por ilimitado. Nada tendría que explicar, justificar, razonar, convencer o disculpar para salvar o para matar a este o a cualquier otro hombre.

Pero, de la manera más inexplicable, esa mañana por única vez en la historia, Roma fue miedosa y fue impotente. Cedió su poder por unos cuantos minutos y eso la ha manchado por toda la eternidad.

Como lo había dicho el nazareno, nada se podría cambiar porque a Él no lo sentenciarían ni Roma ni Judea ni otra nación. A Él lo había sentenciado su Padre, el único con poder para ello y contra eso no había recurso ni salvación posible.

Hasta los que quisieron o pudieron haber ayudado a Jesús de Nazareth, se equivocaron o se acobardaron. Pilatos no encuentra delito ni lo inventa, pero no libera al prisionero, sino que lo remite con otro juez. Error inexplicable.

A su vez, Herodes Antipas lo encuentra insensato e inimputable. Considera a Jesús como un locuaz inofensivo y lo exime, pero tampoco lo libera, sino que lo regresa a Pilatos. Error inexplicable.

Por último, Pilatos sigue sin encontrar delito y sin inventarlo. No tiene motivo ni voluntad para condenar y no condena, pero tampoco libera. Omite resolver y sentenciar. Se “lava las manos” y concede permisividad para el linchamiento que no ejecución de sentencia. Error inexplicable.

Por eso nos preguntamos ¿qué tanto hemos cambiado en 20 siglos? ¿Algo ha cambiado? ¿Algo cambiará en los próximos 30? La historia de Jesús, ¿es del pasado, del presente, del porvenir o de siempre? ¿No será que, parafraseando a Jesús Reyes Heroles, hemos logrado cambiar todo para conseguir que todo siga igual?

Esa centena de abusos e injusticias cometidos en contra de un solo hombre en apenas la mitad de un solo día, son una parte infinitesimal de las miles o millones de injusticias que a diario se cometen en contra de miles o millones de seres humanos.

Porque todos los días son incontables los hombres que, en todas partes del planeta, son acusados sin motivo, son enjuiciados sin reglas y son sentenciados sin pruebas. Todos los días reaparecen los Caifás que persiguen a los que no la deben. Todos los días resurgen los Judas Iscariote que venden todo por monedas. Todos los días renacen los Poncio Pilatos que se acobardan ante el deber. Y todos los días reviven las crucifixiones de quienes no han hecho nada para merecerlas.

El drama de ese viernes es el verdadero drama de todos los tiempos pasados, de los tiempos presentes y quien sabe si de todos los tiempos por venir.

Columna de José Elías Romero Apis en Excelsior

Fotografía archivoe

clh

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