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En Chicahuaxtla priistas y panistas ni muertos quieren estar juntos

Las diferencias políticas han hecho que sus habitantes ni muertos quieran estar juntos.

Tlaola, Pue.- Aquí cada quien tiene el suyo, dice Jacinto Morales Lorenzo, cuando habla de los dos cementerios -uno para priistas y otro para panistas-, construidos en Chicahuaxtla, municipio de Tlaola, en la sierra noroccidental del estado, donde las diferencias políticas han hecho que sus habitantes ni muertos quieran estar juntos.

Jacinto asegura que hace más de 20 años, cuando fue presidente Macario Montes Tetzonquila, el primer indígena que gobernó al municipio en contra de los “coyomes” que se turnaban el poder: los Picazo, los Garrido y los Vite inició la bronca que fue subiendo de intensidad, conforme la cabecera y el resto de las comunidades iban siendo gobernadas por el pobrerío que se alió a los antorchistas.

En respuesta, los Vite, los Picazo y los Garrido hicieron mancuerna con el PAN y empezaron a tomar venganza en los pueblos que aún gobernaban, como Chicahuaxtla: primero encarecieron los servicios de tal manera que pocos, casi nadie, pudiera tener acceso, luego de plano les impidieron seguir enterrando a sus difuntos en el mismo lugar. “Por eso don Macario, afirma Jacinto, tuvo que comprar un terreno para el camposanto de los priistas”.

“Y mire, como que Dios está de nuestro lado, porque se los ha chingado más a ellos”, enseña Jacinto mientras sonríe y señala las tumbas pintadas de azul que en número mayor están en el cementerio cercano a la carretera Interserrana, apenas unos metros más abajo que el de los priistas.

Aunque ésta ha sido la pelea más reciente, cuenta Jacinto que allá por la década de los 50, la cabecera municipal estaba asentada en Chicahuaxtla, pero los de Tlaola empezaron a disputarles los poderes, “al grado de que hasta muertos hubo, porque a ellos se unió la gente de Yetla y desde entonces el pueblo se estancó”.

Dice que no sabe quién encabezó la revuelta, pero aventura que quizá, desde entonces, ni la muerte ha podido reconciliarlos y que es mejor que cada quien esté por su lado.

“Cuando el alma del cuerpo se desprende”

La verdad es que son tres los panteones que hay en Chicahuaxtla -del náhuatl, peine-, porque el más viejo está en el centro del poblado, donde como en los cuentos de la cripta, parece que los muertos van a brotar frente a la iglesia, a media calle, afuera de una casa, entre las patas de los caballos y entre las plumas de las gallinas negras que, dicen por acá, sirven para retirar los malos aires.

Tres delgadas ceras amarillas, un ramo de siete hierbas y varios pedazos de papel de china de distintos colores, dan cuenta de que las viejas tumbas siguen siendo usadas para la práctica de rituales de curanderos, chamanes, adivinos y brujos que vienen de distintas partes para sanar a los enfermos o para hacer “una maldad”.

Don José observa la llegada de los extraños desde el portal de su casa en cuyo patio están las lápidas que sirven de escondite a los niños que juegan alrededor. “Yo no soy supersticioso; a lo mejor, si lo fuera, no hubiera sido capaz de venirme a vivir aquí”, dice el hombre mientras jura “que nunca he sentido miedo".

"Para los niños, la palabra panteón no tiene ningún significado, no comprenden todavía lo que es la muerte. Yo si pienso mucho en ella, pero porque ya estoy grande”, añade y aclara que “de quien sí hay que cuidarse es de los vivos, porque aquí hace mucho que no se entierra a nadie, ya casi no hay ni cruces, menos historias tenebrosas, pero sí muchas leyendas.”

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