Las campanas suenan de nuevo
La severa crisis social por la que atraviesa México debe servir para hacer una reflexión profunda sobre lo que el país necesita y la gente quiere. La pobreza galopante que lacera la vida de más de 85 millones de mexicanos, el crimen organizado “infiltrado” hasta los más altos niveles de la política, el desempleo y los salarios de miseria con que empresarios y gobierno matan de hambre a millones de familias, la falta de acceso a la vivienda digna y a los servicios básicos y de salud de una buena parte de la población, todos estos problemas de un sistema económico mal avenido y mal organizado nos deben mover a la reflexión de qué es lo que se debe hacer para, en serio, superarlos definitivamente.
Cuando surgió Antorcha Campesina, hace 40 años, se planteó la tarea de luchar contra la pobreza en México porque desde entonces ya sabíamos que la raíz de todos los males, de todos los problemas que padece el país, es la pobreza; que ésta es la causa y no la resultante de la profunda crisis social en que vivimos y que, lejos de ceder, amenaza con arreciar la furia que con golpea al barco en el que vamos todos.
Así, aquel compacto grupo de la vieja guardia que inició lo que entonces parecía un sueño lejano, se aferró a la idea de que esta lucha contra la pobreza no era de caudillos ni se debía librar con golpes sobre la cabeza de la corona, sino que la victoria necesitaba irremediablemente de la creación de una organización nacional, suficientemente grande, estructurada, organizada y educada para dar la batalla un día sí y otro también, en todos los rincones del país, contra ese ser llamado pobreza y que el gran Pablo Neruda plastificó de forma magistral en su conocida oda.
Antorcha avanzó gran trecho. Antorcha creció y ahora somos 1 millón 200 mil mexicanos, conscientes y educados. Antorcha resolvió demandas y puede decir, sin temor a equivocarse, que de una u otra forma ha cambiado para bien la vida de millones de personas. Pero mientras Antorcha camina, la pobreza galopa. Hoy la miseria es más grande y sus consecuencias más terribles que cuando nacimos como organización, porque no hemos llegado al centro neurálgico desde donde se podrá remediar la situación: el poder político del país. Por si esto fuera poco, cada día los recursos legales sobre los cuales sustentamos nuestra lucha son objeto de agravios y son combatidos con saña por quienes en teoría deberían velar por su aplicación irrestricta: la Constitución es sometida y estuprada, al grado de que ahora existen leyes en varios estados que “regulan” la manifestación pública y convierten en delincuentes, de la noche a la mañana, a los luchadores sociales que piden una mejor repartición de la riqueza nacional. Es necesario, pues, un viraje de nuestras metas iniciales.
Es urgente, el país lo pide a gritos, un cambio radical de la política y la economía mexicana que nos libere de la pobreza y, con ella, de la gran mayoría de los males que nos aquejan, pero, para eso, para ganarle la batalla a la pobreza, para erradicarla de una buena vez, sí es necesario, indiscutiblemente, que el poder político del país lo tome el pueblo en sus manos. Antorcha propone un cambio democrático de clase en el poder, ¡una vez más!, acorde con las leyes que nos rigen como nación, sin violar una sola de ellas. Y para ello es necesario que crezcamos, que nos multipliquemos por millones, que seamos más y mejores, que avancemos cuantitativa y cualitativamente.
En este sentido, durante su discurso por el 40 aniversario de la organización, el líder de los antorchistas poblanos, Juan Manuel Celis Aguirre, afirmó que en cinco años, en Puebla deberemos ser 570 mil ciudadanos bien organizados y educados. ¿Podemos? ¡Claro que podemos! Y la muestra de que podemos fue, precisamente, el 40 aniversario de Antorcha en Puebla, al que acudieron 120 mil antorchistas para abarrotar los dos estadios más importantes del estado, mostrando de esta forma gran conciencia de clase y resolución para luchar.
¡Gracias a todos los compañeros que asistieron al festejo el pasado 26 de octubre! Su sola presencia fue ya una oda a la alegría, su presencia en el evento fue aire fresco en medio del pantano, agua cristalina en medio del desierto, porque demostró la fuerza de una organización dispuesta a dar la pelea en serio para salir de la crisis en que nos encontramos. Y también gracias a los artistas que embellecieron esta asamblea popular, con sus cantos y sus bailes, con la melodía de su voz y la suave cadencia de sus cuerpos; ustedes, ya lo saben, son nuestras joyas. No podían faltar, por supuesto, los jóvenes de los mosaicos, estudiantes todos que, pese al frío intenso, nos deleitaron con esas gigantes imágenes que impactaron al antorchismo nacional que les ha rendido tributo compartiendo en las redes sociales bellas fotografías de sus formaciones. Pero este evento, a pesar de su grandeza, no fue nuestra meta; es nuestra nueva línea de salida. Decía yo que la necesidad de crecer, cuantitativa y cualitativamente, se impone por sobre todas las demás tareas y es imperioso que nos aboquemos a ella. Las campanas que llaman al pueblo a la lucha suenan de nuevo: ha llegado la hora y la tarea es impostergable.
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