La Eucaristía, antídoto gratuito contra la muerte

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El máximo enigma de la vida humana es la muerte, dolorosa, misteriosa, cierta e inevitable, la cual no fue creada ni querida por Dios, sino que entró en el mundo a causa del pecado cometido por los primeros padres del género humano. A partir de entonces los hombres y mujeres sufrimos al mirar como nuestro cuerpo va deteriorándose y nos dolemos al pensar en su disolución final. De ahí los grandes esfuerzos de la ciencia para prolongar la vida y mejorar su calidad; esfuerzos que, a pesar de sus enormes logros, tienen límites. Aún así, la humanidad se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo, como dice el Concilio Vaticano II.

Por eso, me pregunto: ¿Qué pasaría si el mercado, inundado de productos para quitar “llantitas”, disimular arrugas y hacernos “sentir” y lucir jóvenes y fuertes, nos ofreciera un antídotos contra la muerte?; ¡Seguramente sacrificaríamos muchas cosas para comprarlo, al precio que fuese! Pues hoy Jesús nos ofrece un alimento que nos hará vivir para siempre: el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día… el que come de este pan vivirá para siempre”. ¡Qué gran promesa y que oferta! Realmente es insuperablemente atractiva. En la Eucaristía Jesús nos ofrece una “medicina de inmortalidad” y un “antídoto contra la muerte”, como decía san Ignacio de Antioquia.

Gracias a la bondadosa misericordia de Dios, este alimento de eternidad no está al alcance exclusivo de unos cuantos privilegiados que puedan comprarlo, sino que esta disponible gratuitamente para todos. Lo único que hace falta para recibirlo es bautizarse, tener fe, y estar en gracia de Dios. “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar”, recordaba el gran Papa Juan Pablo II. Además, antes de Comulgar, debemos guardar ayuno, al menos de una hora, el cual no obliga a los ancianos o enfermos, así como a quienes los cuidan.

¡Aprovechemos el momento presente!

La sabiduría divina nos ha preparado un banquete –como afirma el libro de los proverbios-, y, a través de su Iglesia, anuncia: “Si alguno es sencillo, que venga acá… Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado” ¡Dios nos ofrece en alimento a su propio Hijo! Jesús, al entregársenos en la Eucaristía, hace posible que permanezcamos en Él. Así nos libra de la prisión de la soledad, a la que el pecado nos confina, nos fortalece, y nos abre al horizonte de la vida eterna que Él nos ofrece, mostrándonos el camino que da sentido y plenitud a la existencia. Por eso, con toda razón, el salmista canta: “A quien busca al Señor, nada le falta”.

“Tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos –aconseja san Pablo-. No sean irreflexivos, antes bien, traten de entender cuál es la voluntad de Dios… Llénese del Espíritu Santo… Den continuamente gracias a Dios”. A veces, abrumados por múltiples ocupaciones y aturdidos por la propaganda que nos ofrece innumerables cosas para comer, para vestir, para ver, para disfrutar, para entretenernos, y para divertirnos, perdemos la capacidad de reflexionar, y acabamos saliendo disparados en todas direcciones, atraídos por lo urgente o lo más agradable, sin llegar realmente a sentirnos satisfechos.

A fin de que no nos suceda eso, san Pablo nos invita a reflexionar para que comprendamos que Dios nos ama, y que quiere que en Cristo permanezcamos en su amor, de modo que, superando para siempre el drama de la soledad y libres del pecado, podamos participar de su vida divina, plena y eternamente dichosa. ¿Qué nos toca hacer?;  dejar al Espíritu Santo que nos conduzca a la máxima acción de gracias que podemos tributar a Dios: la Eucaristía, procurando que este maravilloso alimento de inmortalidad nos haga efecto, evitando para ello mezclarlo con actitudes egoístas, injustas y libertinas, combinándolo con un mayor conocimiento de la Palabra de Dios y con el ejercicio de la oración y la caridad. Los nutriólogos dicen que somos lo que comemos ¡Imaginemos lo que podemos llegar a ser si comemos el Cuerpo y bebemos la sangre de Dios! ¡Viviremos por Él para siempre!