La culpa y la verguenza

¿Quién tiene la culpa de la corrupción mexicana? Las respuestas pueden ir desde Hernán Cortés hasta el grupo Higa; desde el PRI hasta ‘Toda la sociedad’; desde los genes de la Malinche hasta nuestra naturaleza tropical. El problema es que nos empeñamos en encontrar culpables de nuestras desgracias.

La culpa es un concepto con dos sentidos: uno cuasi religioso y otro jurídico. El sentimiento de culpa de origen religioso se produce cuando la persona tiene conciencia de haber violado sus propias normas de conducta. Si voy a la cantina y me gasto la quincena completa sabiendo que mis hijos necesitan el dinero, tengo sentimientos de culpa. Para que haya culpa se requiere: a) Normas de conducta personales y b) Conciencia de haberlas violado.

La culpa jurídica requiere que un juez determine que una persona violó una ley y debe ser castigada. Lo único que se requiere es el dictamen de un juez.

¿En qué sentido, entonces, todos los mexicanos somos culpables de la corrupción? Cada quien puede decir: “Yo no soy el culpable, yo no he violado ni leyes ni normas personales para que se me acuse de la corrupción”. Lo interesante es que los políticos y los empresarios corruptos tampoco se sienten culpables porque no tienen conciencia de haber violado sus normas personales. Más bien les parece que fueron astutos, que supieron hacer buenos negocios, que ayudaron a sus parientes. Entre sus normas de conducta está aprovechar las oportunidades y se sentirían culpables si no se hubieran enriquecido cuando pudieron hacerlo. Mientras un juez no los encuentre culpables, tienen la conciencia tranquila, como les gusta decir.

La vergüenza es otra cosa, no es asunto personal ni jurídico sino social. Sentimos vergüenza cuando la sociedad reprueba algo que hicimos y nos rechaza. Aun el delincuente más endurecido puede sentir vergüenza si sus amigos le dan espalda. Los cambios en las costumbres sociales se dan cuando éstas empiezan a ser vistas como vergonzosas. Así sucedió con la esclavitud, con la violencia contra las mujeres, con el machismo, con el rechazo a los homosexuales, y un largo etcétera. Para que haya una revolución moral en México podría servir empezar a ver como vergüenza lo que ahora nos parece normal. Héctor Aguilar Camín comenta  las revoluciones morales con relación a la corrupción mexicana aquí. En este video puede apreciarse el potencial de la vergüenza para cambiar las costumbres de los usuarios del metro en el DF.

La profesora Jennifer Jacquet de la Universidad de Nueva York defiende el uso de la vergüenza como un medio para detener la destrucción del medio ambiente. Su tesis es que el comportamiento ético individual no basta, sino que es necesario avergonzar a quienes destruyen el medio ambiente. (Aquí se puede encontrar la propuesta). Lo mismo podemos decir sobre la corrupción mexicana: para combatirla no basta con ser honrado, es necesario avergonzar a los corruptos.

Quizá la responsabilidad social resida en nuestro comportamiento cuando estamos junto a un corrupto. Si es una autoridad, se le respeta, se le obedece y se le caravanea. Si es un pillo enriquecido por mil transas, se le admira y se le elogia. Pero hay que recordar los ladridos con lo que era recibido el ex presidente López Portillo a dónde quiera que iba, o los insultos a ciertos gobernadores fuera de sus estados. En todos esos casos los obligaban a abandonar el lugar, enojados y ¿avergonzados? Ese rechazo social, público, cara a cara, no en las redes sociales, podría iniciar una revolución moral en México.


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