Jesús se acerca para hacernos partícipes de su vida

IV Domingo de Adviento Ciclo B

Concebirás y darás a luz un Hijo (cfr. Lc 1, 26-38)

Estamos próximos a celebrar Navidad, es decir, el nacimiento de Jesús, el mejor de los amigos que, por amor al Padre y a nosotros, siendo de Dios, se ha encarnado por obra del Espíritu Santo y ha entrado en nuestro mundo para liberarnos del pecado y darnos el poder de ser hijos de Dios ¿Cómo prepararnos a recibir al mas grande de los amigos, que además nos trae tan maravillosos e insuperables regalos?; aprendiendo del ejemplo de la Virgen María y de san José, “que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús” (8), como ha señalado el Papa Benedicto XVI.

Para empezar, es preciso aclarar que es Dios mismo quien nos prepara; es Él quien toma la iniciativa, como lo anunció en el Antiguo Testamento, cuando por boca del profeta Natán dice a David: “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa, para que yo habite en ella? Yo te saque de los apriscos y de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de  mí pueblo… Yo estaré contigo… Además, Yo, el Señor, te hago saber que te daré una dinastía… engrandeceré a tu hijo… y consolidaré su reino”  (9). ¡Así le anunciaba que haría nacer de si descendencia al Salvador de la humanidad, Jesús, quien por ser Dios verdadero, podrá llamar con todo derecho “Padre” a Dios (10), y cuyo reino no tendrá fin!

Sí, es Dios quien toma la iniciativa y nos prepara, como preparó a la siempre Virgen María, desposada con un descendiente de David, para que se cumpliera lo que había anunciado, “Él eligió a la madre que había creado; creó a la madre que había elegido” (10) afirma San Agustín. A aquella joven del pueblo de Israel, el Señor la hizo nacer “llena de gracia”, libre de pecado y plena de su amor. Guardando las debidas proporciones al ser conscientes del caso excepcionalísimo de la Madre de Dios, debemos tener presente que a nosotros también Dios nos ha “preparado” mediante el sacramento del Bautismo, en el que nos ha liberado del pecado  nos ha llenado de la gracia de su amor, para que siendo “justos” como san José, recibamos al Señor y nos unamos a Él, haciendo lo que nos corresponde.

Como María, prepararnos a la Navidad, diciendo “sí” a Dios

Dios ha hecho su parte; a nosotros toca hacer la nuestra. También en esto, el Señor nos ofrece un gran modelo en la Virgen María y en San José, quienes con su “si” consciente y libre, pudieron entrar en la dinámica del amor, y así alcanzaron la plenitud de su ser, colaborando en la obra divina de nuestra salvación. Ambos creyeron en Dios y confiaron en Él, a pesar de que las cosas parecían poco claras y difíciles. María, aunque escuchó del Ángel algo que parecía imposible: llegar a ser Madre de Dios permaneciendo por siempre Virgen, llena de confianza, preguntó “¿Cómo será esto posible?”,  expresando así su certeza de que, aunque no pudiera comprenderlo, se haría realidad lo anunciado por Dios. “No duda que debe hacerse, puesto que pregunta como se hará” (11), comenta San Ambrosio. Así, fiada en Dios, respondió al mensajero divino: “cúmplase en mí lo que has dicho”.

La Virgen Santísima no preguntó más; confió en que lo que el ángel le comunicaba de parte de Dios era suficiente. No interrogó si el Niño debía nacer en algún sitio especial, si comería lo que cualquier bebé, y si habría de informar a alguien; ni pidió, antes de dar su “si”, que primero Dios resolviera el lío que se le armaría cuando José la viera esperando un Hijo que no era suyo, corriendo el riesgo de morir lapidada si la acusaba de adulterio. ¡Cómo necesitamos esa confianza en Dios, quien nos invita a entrar en la dinámica del amor, sin esperar que nos aclare exactamente cómo nos irá en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en los negocios, en el trabajo y en este mundo, y que nos garantice que todo saldrá bien, antes de creer y vivir como nos enseña un amor comprensivo, justo, servicial, capaz del perdón!

María dijo “si” y concibió en su  seno al Redentor, participando de esta manera en la obra de la salvación. Ella y José se dejaron llenar de tal manera  del amor de Dios que tuvieron la fuerza para amar al prójimo hasta el punto de arriesgarlo todo, buscando el bien de la humanidad: su salvación plena y eterna. Sin embargo, como decía San Ambrosio. “No todos son como María, que cuando concibe al Verbo del Espíritu Santo, lo da a luz. Hay de aquellos que abortan (de su corazón) al Verbo antes de dar a luz (Lc 22), y hay de aquellos que tienen a Cristo en el seno (de su corazón) pero que todavía no lo han formado” (12). No seamos de esos, si no que, con María y como María, fiados en la primacía de la gracia, digamos “sí” a Dios,  confiando en que Él, que todo lo puede, nos dará su fuerza para cumplir el Evangelio (13).  

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo,
para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén