A imagen y semejanza de Dios

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Amigas y amigos.

En el Documento de Aparecida los obispos reconocemos que “el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, poseen una dignidad inviolable, al servicio de la cual se han de concebir y actuar los valores fundamentales que rigen la convivencia humana” (n. 537). También sabemos de la realidad indigna que viven muchas mujeres, por lo que no dudamos  en exhortar al cambio: “Urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa” (n. 48); “urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado, de mujeres que son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia” (n. 454).

La Iglesia católica es consciente de la inaceptable situación deshumanizadora en la que viven muchas mujeres: Puebla habló de la “mujer pobre doblemente oprimida” (Documento de Puebla, DP, n. 1135, nota); la teología de la mujer completó el cuadro diciendo: si una persona es pobre y mujer, está doblemente excluida, y si es pobre, mujer y negra (o indígena), lo es triplemente. Porque la diversidad en que se apoya la exclusión es acumulable (cf. Documento de Aparecida [DA], n. 454). Santo Domingo (1992) resumió la situación de las mujeres con palabras de desafío: “A aquella que da y que defiende la vida, le es negada una vida digna; la Iglesia se siente llamada a estar del lado de la vida y a defenderla en la mujer”.

Aparecida (2007) prosiguió el camino iniciado por las Conferencias anteriores, pero con algunas novedades: amplió los fundamentos doctrinales sobre la igual dignidad, introdujo una crítica a la mentalidad machista y al uso del lenguaje inclusivo, y profundizó las propuestas de renovación cultural y eclesial.

Para el Papa Francisco, la presencia de las mujeres debe llegar a ser más influyente (cf. Evangelii gaudium, 103). Puesto que Cristo se unió a cada persona humana, hombre y mujer, la fe en él lleva implícita la buena nueva de la plena dignidad de las mujeres, y la solidaridad con ellas es una verdad ínsita en la fe cristológica, que incluye de modo especial a todas las mujeres –ancianas, adultas, jóvenes y niñas– que sufren la desigualdad a causa de su diferencia sexual.

Pues que el Señor, nos lleve por caminos de justicia y solidaridad en donde la mujer no se sienta huésped sino partícipe en pleno derecho en los diferentes ámbitos de la vida social  y eclesial.