Hemos recibido de Dios muchos talentos

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XXXIII Domingo ordinario 

Dar fruto con los talentos recibidos (cfr. Mt 25, 14-30)

Justina Krzyzanowska, madre del gran compositor polaco Federico Chopin (1810-1849), acostumbraba tocar valses y mazurcas para entretener a la familia. Una noche, Federico, de cinco años de edad, bajó al salón y comenzó a tocar al clavicordio algunas piezas que había oído interpretar a su madre. Toda la familia se despertó y acudió a escucharlo. Entonces, él dijo: “Mamá, quise probar si podía tocar como tú, para que puedas descansar” ¡Que hermoso!; aquel niño, como su madre, quiso pulir el gran talento que tenía, para ponerlo al servicio de los demás.

Como Chopin, también nosotros hemos recibido de Dios muchos talentos: la creación, la vida, un cuerpo maravilloso dotado de un alma inmortal, una inteligencia capaz de conocer la verdad, sentimientos y afectos que nos abren al amor, una familia, y el ser parte de la sociedad. Y sobre todo, la gracia de formar parte del Cuerpo de Cristo, quien amando hasta el extremo, padeció, murió y resucitó para comunicarnos su Espíritu, y así hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eternamente feliz, que consiste en amar.

Además, Él nos ha enriquecido con diferentes talentos personales: quizá tener estudios superiores, conocer algún arte u oficio, poseer una cultura suficiente o tener una gran sensibilidad, gozar de la fuerza de la juventud o de la sabiduría de los años; poseer recursos económicos, y, sobre todo, la fe, la esperanza y el amor. ¿Pr que lo ha hecho?, porque nos ama ¿Para qué?, para los conservemos con responsabilidad, los administremos con sabiduría y los desarrollemos de tal forma que podamos realizarnos plena y eternamente, compartiéndolos con los demás.

Los siervos buenos y fieles

Los que así lo hacen, son siervos buenos y fieles. Fieles, porque reconocen quien es el dueño de todo lo que son y poseen: Dios. Buenos, porque saben que la única manera de dar fruto es estar unidos a Él y pensar en los demás, siendo caritativos con ellos, como enseñaba San Juan Crisóstomo. Éstos son siervos buenos y fieles se mantienen “en forma” permaneciendo unidos a Jesús, en su Iglesia, meditando su Palabra, recibiendo sus sacramentos, sobre todo la Eucaristía, y haciendo oración, para así vivir cada día como hijos de Dios; con intensidad, despiertos y sobrios, sin dejarse oscurecer por las tinieblas del pecado y del egoísmo.

De esta manera, con la ayuda de Dios y agradecidos con El, valoran y cuidan su vida y su cuerpo, evitando vicios y excesos que los dañen; procuran madurar en sus sentimientos y afectos, conociéndose con profundidad, aceptándose y dándose la oportunidad de irse superando día a día; alimentan su inteligencia dedicando tiempo al estudio y a lecturas provechosas; procuran ser felices, haciendo felices a la pareja, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a la novia o al novio, y a la gente con la que tratan en la escuela, el trabajo y la calle, compartiendo sus talentos, especialmente a los más necesitados, respetando esta casa común que es la tierra.

En cambio, el siervo malo y perezoso es el egoísta que, ni con su dinero, sus cosas, ni aún con palabras, quiere ser útil a sus prójimos, como decía San Juan Crisóstomo. Es gente soberbia, que piensa que no necesita de Dios, a quien ve como un “tirano” demasiado exigente. Son personas a quienes no les interesa conocer su fe. Van a Misa solo cuando les “nace”. Nunca tienen tiempo para orar ni para hacer algo por los demás. Y así, anémicos espiritualmente, entierran sus talentos usando su cuerpo, sus sentimientos, su inteligencia y sus recursos solo para verse bien y disfrutara toda clase de placeres y emociones “fuertes” y divertidas,  con lo que renuncian a la felicidad eterna.

En cambio, quienes hayan actuado con caridad, recibirán más amor. Por que a cada uno se le contará como talento lo que hiciere por el más pequeño. De ahí que, cuando Sancho Panza pidió al Duque que le ofrecía el gobierno de una ínsula, que mejor le diera “tantica parte del cielo”, éste le respondió: “Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula… si vos os sabéis dar mañana (ingenio), podéis con las riquezas de la tierra, granjear (ganar) las del cielo. ¡Sólo haciendo caso al Señor, administraremos correctamente los talentos que Él nos dio, y gozaremos del fruto de nuestro trabajo! ¡Démonos esa oportunidad!

Concédenos, Señor, tu ayuda

para entregarnos fielmente a tu servicio

porque solo en el cumplimiento de tu voluntad

podremos encontrar la felicidad verdadera.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén