El poder temporal; un poder superficial y efímero
“La palabra poder tiene algo de fascinante… y también algo de amenazante –escribió el entonces Cardenal Ratzinger- … para la mayor parte de las personas se queda en mera fantasía. Encontramos el poder en manos de otros… Este poder no se presenta como esperanza sino como vértigo y amenaza… consiste en convertir lo otro y al otro en simple objeto… y tomarlo al servicio de la propia voluntad… los trata como función, como piezas de una máquina”. ¡Cuántos anhelan esta clase de poder!: imponerse en el matrimonio, tener la última palabra en casa, con la novia, los amigos y los vecinos; hacerse servir de los demás, humillarlos y tratarlos como si fueran objetos de placer, de producción o de consumo.
También existe la tentación de asegurar la fe mediante el poder, como señala el Papa Benedicto XVI: “El Imperio cristiano buscó bien pronto transformar la fe en un factor político para la unidad del imperio. El Reino de Cristo debía entonces tomar la forma de un reino político con todo su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesús debía ser sostenida por el poder político y militar. En el curso de los siglos esta tentación –asegurar la fe mediante el poder- se presenta continuamente, en formas diversas, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder… La fusión entre fe y poder político, tiene siempre un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe plegarse a sus criterios”.
En el fondo, estas dos vertientes de la tentación del poder tienen una raíz común: pensar que Dios no actúa, y que por tanto, los seres humanos, incluyendo los cristianos, debemos poner orden en nuestra vida y en el mundo siguiendo nuestros propios criterios y usando nuestras propias capacidades. Entonces, se piensa que, al fin y al cabo, el bienestar social es el verdadero objetivo de todas las religiones, y que el cristianismo es una receta para el progreso sólo temporal. Esta es la tentación en la que han caído también los hijos de Zebedeo cuando le han pedido a Jesús; “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. En pocas palabras, le estaban solicitando un puesto en el Reino de Dios, que en ese momento ellos veían como el triunfo de un nuevo orden político y social.
El verdadero poder pleno y eterno
A esta búsqueda de un puesto de honor, Jesús responde de manera sorprendente: “…invita a sus apóstoles… a ser conscientes de lo que en realidad le están pidiendo: acompañarle en su vocación, a ocupar el último lugar, a sumergirse en su propio bautismo, a quitar el pecado del mundo, como comenta el Cardenal Sepe. Él, Dios encarnado, que al haber sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado, puede “compadecerse de nuestras flaquezas”, en lugar de reprender a esos dos Apóstoles, los exhorta y alienta con esta interrogación: “¿Podeis beber la copa que yo voy a beber?”. “De este modo –comenta san Juan Crisóstomo-, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa”.
Jesús no pide algo que no haya hecho primero. Él, que no ha venido ser servido sino a servir hasta dar la vida para justificar a muchos –tal y como Dios lo había anunciado por boca del profeta Isaías-, nos invita a comprender que el verdadero poder, capaz de ponerle un límite al mal y hacer la vida plena y eterna, es el amor. Por eso, a esos dos Apóstoles y a los otros diez que empezaron a indignarse contra Santiago y Juan –indicando con ello que eran tan imperfectos como ellos-, así como a nosotros, nos enseña que la vida alcanza su plenitud solo cuando se ama, y por amor, se sirve a los demás. “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen… Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor… que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir ya dar su vida como rescate por muchos”.
Los Apóstoles lo comprendieron, como lo demuestra su conducta posterior, en la que “observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro –comenta san Juan Crisostomo-… En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo… dejando a un lado toda aspiración humana obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio”. Como ellos, decidámonos a servir a Dios y a los que nos rodean, en lugar de buscar que los otros nos sirvan. Y si sentimos que nuestras fuerzas flaquean, lancemos nuestra mirada al Cielo, suplicando: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.