Dios nos rescata por su Hijo y nos hace partícipes de su vida
Se encuentra en Nüremberg, Alemania, una imponente iglesia llamada San Sebaldo, la más antigua de la ciudad, construida con amor y esfuerzo en el siglo XIII. Este magnífico templo, ampliado y embellecido en los siglos XIV, XV, XIX y principios del XX, durante la segunda guerra mundial fue reducido a escombros. Así lo describe un autor: “20 de abril de 1945, las armas guardan silencio; Nüremberg caída y sumida en el horror de una guerra que nadie había imaginado asi… San Sebaldo… una casa de Dios convertida en sepulcro… pisada la cultura de siglos… ¿Acaso no sería más razonable demolerla por completo?... pero la gente no abandona la casa de Dios… tímidos trabajos de reconstrucción…pese a todo crece la admiración”. Hoy San Sebaldo luce de nuevo en todo su esplendor, inspirando muchos corazones.
Este ejemplo puede ayudarnos a comprender el terrible poder destructor del pecado, y, sobre todo, la infinita misericordia de Dios, que ha reconstruido la creación por medio de su Hijo, haciéndola mas bella. Dios había creado todo bueno, encomendando a la humanidad, hecha por Èl a imagen y semejanza suya, vivir en plenitud y perfeccionar la tierra. Así, en el estado original, el hombre y la mujer vivían en amistad con Dios, en armonía consigo mismos y con la creación, sin sufrimiento ni muerte. Sin embargo, esta felicidad fue destruida cuando, tentados por el diablo, los primeros humanos desconfiaron de Dios, cometiendo así el pecado original, por el que se alejaron del Creador, quedaron divididos, debilitados e inclinados al mal, la armonía de la creación se rompió, y el sufrimiento y la muerte entraron en la historia.
Pero Dios no nos abandonó: tras la caída, anuncia a la humanidad la victoria sobre el mal. De ahí que a este pasaje del Génesis se le llame “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor: el victorioso descendiente de la mujer que destruirá el pecado. “La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio”, escribe San Leon Magno. Èl viene a liberarnos del demonio del maligno, a sujetar a satanás, y a comunicarnos su vida divina, como nos lo dice en el Evangelio. “En el fondo –comenta Teofilacto- este ejemplo quiere decir: el demonio es fuerte; las alhajas son los hombres… Yo (Jesús), que le arranco las alhajas, es decir, que libero a los hombres del espíritu maligno, sujeto antes a los demonios, los venzo…”
El Espíritu Santo nos conduce al Salvador
“Cristo es el Salvador –afirma el Papa Juan Pablo II- ha venido al mundo para liberar, por el precio de su sacrificio pascual… de la esclavitud del pecado”. Esta que es liberación del mal y liberación para el bien, es, “la libertad en el Espíritu Santo”. ¡Si!, el Espíritu Santo nos conduce a la verdad para que, reconociendo a nuestro Salvador, podamos ser liberados por Él. Sin embargo, algunos, tentados por el demonio, rechazan a Jesús, como si fuera malo o loco. Con esto, blasfeman contra el Espíritu Santo; pecado que el Redentor declara imperdonable.
La blasfemia contra el Espíritu Santo “consiste en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece”, explica el Papa Juan Pablo II. Este pecado es “irremisible según su naturaleza, en cuanto excluye aquellos elementos, gracias a los cuales se da la remisión de los pecados”, señala santo Tomás de Aquino. En cambio, quien recibe al Espíritu Santo se hace capaz de cumplir la voluntad del Padre manifestada en Cristo Salvador; así entra en tal comunión Trinitaria, que se hace miembro de la familia de Dios. “Sabemos, pues, que seremos sus hermanos y hermanas, si cumplimos la voluntad de su Padre, para hacernos coherederos”, afirma san Jerónimo. Por eso, frente a las dificultades de la vida no desfallecemos; porque, como dice San Pablo, “tenemos… una morada eterna”.
La Virgen María ha sido la primera en creer esto. Por eso, muchos Padres y Doctores de la Iglesia la identifican con la mujer anunciada en el “Protoevangelio”. Ella, la Madre del Redentor, ha sido la primera beneficiada, de una manera única, de la victoria de Cristo sobre el pecado: fue preservada de toda mancha de pecado original y de toda clase de pecado. De ahí que, lejos de renegar de su Madre, Jesús exprese que la grandeza de María radica en su confianza en Dios, como señala Teofilacto. La siempre Virgen ha cumplido cabalmente la voluntad de Dios. Como Ella y con Ella, unidos a Jesús, que nos rescata de todas nuestras culpas, cumplamos la voluntad de Dios, para ser de verdad miembros de su familia, y herederos de su dicha sin final.