Dios ha derramado su amor en nosotros

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“Ven Espíritu creador… llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo has creado”; con estas palabras de la Secuencia de la Solemnidad de Pentecostés, rogamos al Padre que, por su Hijo, renueve en nosotros la presencia del Espíritu Santo que nos ha sido dado. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, a quien Jesús llama “Espíritu de verdad”, Paráclito (consolador), “Abogado” (aquel que es llamado junto a uno). Él estuvo presente en la creación, iluminó a los profetas, inspiró las Escrituras, y, por su obra, María concibió al Hijo de Dios, a quien ungió y acompañó en su misión salvadora. Jesús, con su Pasión, muerte y resurrección comunica a la Iglesia el Espíritu Santo, que se manifestó el día de Pentecostés.

Desde entonces asiste al Papa y a los Obispos, está presente en la Liturgia Sacramental haciéndonos partícipes de la comunión de Cristo con el Padre, intercede por nosotros en la oración, edifica y da unidad a la Iglesia a la que enriquece con carismas, ministerios, y la vida apostólica y misionera. Con el testimonio de los santos nos manifiesta su Santidad. Esta gracia del Espíritu Santo, que se nos comunica en el Bautismo, los apóstoles la transmitieron a sus sucesores los Obispos, quienes, con el sacramento del orden, hacen participes de este don a los presbíteros y a los diáconos, y mediante el sacramento de la Confirmación, se hace posible que sean fortalecidos los bautizados. El amor, que es el primero don, contiene todos los demás dones, y “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado”.

El Espíritu santo nos comunica la redención realizada por Cristo, y nos hace partícipes de la vida misma de la Santísima Trinidad, que es amar “como El nos ha amado”. Así, con la fuerza de este Espíritu, podemos vivir conforme a nuestra identidad, cumpliendo la misión que Jesús nos ha confiado: “Como el Padre me envió, así lo envío yo”. ¿A que nos envía?: a ser, como El, presencia de Dios en el mundo, para conducir a la humanidad a la comunión Trinitaria, que nos da vida plena y eterna.

Con la gracia de su Espíritu, Jesús nos libera del miedo que nos hace encerrarnos en la prisión del egoísmo, condenándonos a una terrible soledad. Por eso, conscientes del don recibido, decimos con el salmista: “Envías tu espíritu, que da vida, y renuevas el aspecto de la tierra”.

En el Espíritu Santo, siendo muchos, nos hacemos uno en el amor. Pero, ¿Cuáles son nuestros temores?: el miedo a la fuerza de la propia concupiscencia, lucha que ha sido plasmada de forma sugestiva en la canción “Confrontación” del musical “Jekyll & Hyde”, cuando el doctor Jekyll, diciéndose a si mismo: “Soy un buen hombre”,  se ve interrumpido por su otro-yo, Hyde, quien le dice: “¿crees de verdad que te daré tu libertad?”… Si es así, ¡óyeme bien!, estas en un error… jamás te librarás de mi… no me controlas pues vivo en tu vida… ¡Hyde se queda aquí!, que importa lo que hagas tu… y viviré en ti para siempre, con Satán, dentro de mi… ya nunca podrán separarse Jekyll y Hyde”. Y de este engaño que nos atemoriza, pasamos a otro: ver en el prójimo un enemigo del que hay que cuidarse y al que hay que atacar ¡Cuantas veces vemos al cónyuge, a los familiares, a los vecinos, e incluso a los amigos, como si fueran nuestros contrincantes!

Sin embrago, por los dones del Espíritu Santo, “todos los males han sido destruidos y todos los bienes han sido producidos”, como afirma san Buenaventura. “En Pentecostés –señala el Papa Benedicto XVI-,  es espíritu con el don de las lenguas, muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión… por que reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor”. Por eso, san Pablo, comparando la Iglesia con un cuerpo, nos dice: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo… En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”.

“El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban en un mismo lugar”, comenta san Lucas. “permanecer juntos fue la condición que puso Jesús para acoger el don del Espíritu Santo –señala el Papa Benedicto XVI-. Así nos da una magnifica lección”. Necesitamos permanecer unidos en la Iglesia, para recibir el don del amor, y ser constructores de unidad en nuestra familia y en la sociedad. Solo viviendo en la dinámica del amor nos hacemos semejantes a Dios, y somos “instrumento del amor que proviene de Él”. Reunidos como Iglesia, con María, contemplando al Resucitado, imploremos, con todas nuestras fuerzas: “¡Ven, Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor".