Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él

.

En Cristo, Dios lo da todo

“¡Cristo no quita nada y lo da todo!” (1), exclamó el Papa Benedicto XVI al inaugurar solemnemente su Pontificado. Efectivamente, en Jesucristo, Dios nos ha liberado de las cadenas del pecado, del mal y de la muerte, y ha llevado todas las cosas a su plenitud, convocando a la humanidad a la unidad de su familia, la iglesia,  para hacernos a todos partícipes de su misma vida divina, plena y eternamente dichosa. Por eso, en medio de la penitencia cuaresmal, nos alegramos en este “Domingo Laetare”, conscientes de que “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el crea en Él tenga vida eterna” (2). “A pesar de nuestra indignidad –comenta el Papa Benedicto XVI-, somos los destinados de la misericordia infinita de Dios” (3).

Ya desde el Antiguo Testamento, Dios se había mostrado “misericordioso” (4), al exhortar continuamente, por medio de mensajeros, al pueblo que había multiplicado sus infidelidades para que, reconociendo sus errores, siguiera el camino de la vida, libre y plena; y aunque al despreciar las advertencias divinas se había acarreado la ruina y el destierro, el Señor inspiró a Ciro, rey de los persas, para liberar a Israel (5). Este hecho extraordinario era sólo un anuncio de lo que alcanzaría su plenitud en Cristo, en quien Dios, rico en Misericordia, nos ha rescatado de la ruina del pecado y del exilio de la muerte, y nos ha dado la vida. “Por pura generosidad suya, hemos sido salvados –exclama san Pablo-. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con Él nos ha reservado un sitio en el Cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros” (6).

“Pensando en los siglos pasados –comenta el Papa Benedicto XVI- podemos ver como Dios sigue amándonos… (sus designios… también cuando pasan por la prueba… se orientan siempre a un final de misericordia y de perdón” (7). Él ha sido capaz de entregarnos lo más grande: su propio Hijo; entrega que llegó hasta el sacrificio de Jesús en la cruz. Por eso, es en la Cruz “donde se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor” (8). San Hilario comenta: “Las cosas de gran valor son las que dan a conocer la grandeza de amor… El Señor, amando al mundo, dio a su Unigénito y no a un hijo adoptivo. Era su Hijo propio… Aquí hay fe de predilección y de amor a favor de la salvación del mundo” (9).

El que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz
“Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él”, afirma Jesús. Sin embargo, algunos prefieren las tinieblas; hacen el mal, aborrecen la luz y no se acercan a ella. Son personas que eligen inventarse una idea de Dios, que es la Verdad, según sus caprichos; que prescinden de Él, o que, si les es más cómodo, optan por negarlo. Es gente que aborrece todo lo que tiene que ver con la fe, la religión, la moral y la Iglesia; que prefiere “disfrutar” la vida consumiendo sensaciones y emociones placenteras, obteniendo todo lo que quiere aunque sea por medios ilícitos, pensando única y exclusivamente en sí misma, sin mas horizontes que el aquí y ahora. Estos rechazan a Cristo y la vida plena y eterna que Él ofrece. “Porque a quien le agrada el pecado, aborrece la luz que descubre el pecado” (10), explica Alcuino.

Pero ¿cómo alcanzar la dicha lejos de Jesús, en quien Dios nos ofrece una existencia plena y eterna? ¿Cómo poner nuestra esperanza de felicidad en la satisfacción fugaz de pasiones desordenadas, en prácticas supersticiosas, en diversiones embriagantes, en ideologías relativas que lo reducen todo a lo material y a lo “práctico”, y en el egoísmo que lleva a usar a las personas, desentendiéndose de ellas? Ante estos “estilos de vida” que terminan por desterrarnos lejos de la Luz, encerrarnos en la cautividad de pecado y condenarnos para siempre,  podríamos exclamar como el salmista: “Pero, ¿cómo podríamos cantar un himno al Señor en tierra extraña?” (11) ¿Cómo podríamos vivir conforme a nuestra naturaleza y a nuestra dignidad lejos de Dios, que se nos ha entregado en Cristo?.

En Jesús, el amor del Padre llega a todos. “¿Cómo no ver el compromiso que brota de esa iniciativa? (12), decía el Papa Juan Pablo II. Este compromiso consiste en aceptar la vida plena y eterna que Dios nos ofrece en Jesús, y recibir a Aquel que, presente en su Iglesia, se nos entrega en su Palabra y en sus sacramentos, especialmente en la Eucaristía –memorial de sus supremo testimonio de amor-, para hacernos posible entrar en la dinámica de su misericordia, de modo que, con Él y como Él, seamos capaces de entregarnos a los demás, especialmente a los que mas lo necesitan. “Dirigiendo la mirada a María, Madre de la santa alegría –aconseja el Papa Benedicto XVI-, pidámosle que nos ayude a profundizar las razones de nuestra fe, para que, como nos exhorta la liturgia hoy, renovados en el espíritu y con corazón alegre correspondamos al amor eterno e infinito de Dios” (13).