Cuando nos preguntamos: Y Jesús ¿Quién se cree?

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XIV Domingo Ordinario Ciclo B

Estaba extrañado de la incredulidad de la gente  (cfr. Mc 6, 1-6)

En su obra “Paradigmas”, Joel Arthur Barker narra como la industria relojera suiza, que en 1968 había alcanzado una supremacía indiscutible con el 68 % de ventas en el mercado mundial, en los años 70 experimentó un dramático estancamiento, de modo que para 1980 sus ventas habían caído al 10 %. ¿Cuál fue la causa?: la aparición del reloj de cuarzo, del que la industria relojera japonesa se benefició, pasando del 1 % al 33 % de ventas en el mercado mundial. Lo irónico es que el primer reloj de pulsera de cuarzo no se diseñó en Japón, sino en el Centro Electrónico Horloger, en Neuchatel, Suiza; pero cuando los investigadores lo presentaron a los industriales en 1967, estos lo rechazaron: no tenía motor, rodamientos, engranajes y necesitaba batería ¿Cómo podía ser el reloj del futuro? Entonces, los inventores lo llevaron al Congreso Relojero Mundial; representantes de la Compañía Seiko lo vieron, y el resto es historia.

A este no saber ver, Barker le denomina “Parálisis paradigmática”, actitud que ha quedado evidenciada en los paisanos de Jesús, quienes al escucharlo, quedaron desconcertados, mostrándose tan incrédulos, que el Señor no pudo hacer en ellos ningún milagro ¿Cómo podría haberlo hecho, si aquellas personas le habían cerrado las puertas de su inteligencia y de su voluntad, las cuales deben estar abiertas a Dios para que pueda actuar en nuestras vidas y en nuestras sociedades, ya que Él respeta el don de la libertad que nos dio? La pregunta es: en todo esto ¿Quién perdió? Evidentemente los que, al dudar, o se dieron la oportunidad de encontrarse con Dios que, en Cristo, había ido a ellos.

Lamentablemente, esta actitud se sigue repitiendo: para algunos, asumir una actitud escéptica hacia Dios, hacia Jesucristo y hacia su Iglesia, es una manera de estar a la moda. Así, con bastante superficialidad, juzgan a la ligera: “¿Por qué pretende Jesús enseñarnos que debemos creer y como debemos actuar? Y la Iglesia ¿Cómo se atreve a decir que es bueno y que es malo? ¿Qué ya se le olvidó la inquisición y los crímenes cometidos por algunos sacerdotes? ¿Cómo se aventuran el Papa y los Obispos, que son célibes, a decir a los jóvenes como vivir su sexualidad, y a los esposos cómo ejercer una paternidad responsable? ¿Cómo se atreven a hablar de pobreza, si el Vaticano tiene tantas riquezas? ¿Por qué confesarse con un hombre? Y probablemente, este escepticismo se extienda a nuestros papás, maestros y a cualquier autoridad, pensando: “¿Quiénes creen que son para meterse en mi vida?”.

¿Quién pierde?

Pero ¿Cuál es el resultado de rechazar a Jesús, presente y actuante en su Iglesia?; que perdemos la oportunidad de que Él nos guie con su Palabra, nos fortalezca con sus sacramentos y nos consuele en la oración para que, poniendo de nuestra parte nuestra inteligencia y nuestra voluntad, nos haga el milagro de llevarnos a Dios, quien puede liberarnos del pecado y transformar nuestra vida, haciéndola plena y eternamente feliz, dándonos desde ahora la esperanza y la fuerza necesarias para seguir adelante. Si creemos en Jesús, Él podrá hacer el milagro de sanar nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo herido, nuestros ambientes de amistades, de estudios y de trabajo, de transformar este mundo en un lugar cada vez más humano, y de llevarnos a la Patria eterna.

Al entrar en el mundo, Jesús sabía que el Padre lo enviaba a un pueblo rebelde, al que debía comunicarle sus palabras, lo escucharan o no. ¡Cristo ha sido enviado, con la fuerza del Espíritu Santo, a anunciarnos que en Él, Dios se hace presente en nuestro mundo para hacernos partícipes de su misma vida divina! El amor de Dios es tan grande, que no tiene límites; lo da todo. Solo puede ponerle límites en nosotros nuestra incredulidad. Sin embargo, a pesar de todo, Él hace diariamente milagros en medio de las naciones, sanando el espíritu de los hombres y mujeres, como señala San Beda. Por eso, saliendo de la parálisis paradigmática del escepticismo, podemos y debemos fijar en Él con fe nuestra mirada, y rogarle que tenga piedad de nosotros.

“Como el Padre me envió, también los envío yo” (Jn 20,21), nos dice Jesús, quien nos ha liberado del aislamiento al darnos una familia, la iglesia, como ha recordado el Papa Benedicto XVI. Él nos envía a anunciarlo a un mundo en el que con frecuencia, la ciencia y la técnica se ponen exclusivamente al servicio del mercado, sin una referencia ética; en el que se ha impuesto una cultura superficial y relativista, caracterizada por la exaltación del egoísmo, la búsqueda predominante del placer y del poder, y un estilo de vida sin programas a largo plazo; en el que se usa a los demás y se es indiferente hacia el prójimo. En una situación así, no es extraño que tengamos que sufrir la incredulidad y el rechazo, incluso de la propia familia. Pero Dios nos repite: “Te basta mi gracia”. ¡Tengamos fe, y veremos como el Señor puede actuar en y a través de nosotros!