Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios

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Segundo Domingo de Adviento

Preparen el camino del Señor (cfr. Lc 3, 1-6)

Comenzamos a ver en el ambiente como poco a poco se van colocando diversos adornos para prepararnos a celebrar Navidad. Sin embargo, no debemos olvidar al gran festejado: Jesús, que volverá para llevar a plenitud la obra que comenzó al nacer en Belén, liberándonos del luto y la aflicción, y vistiéndonos para siempre de la gloria eterna que Dios nos ofrece. ¡Él ha hecho cosas grandes por nosotros! Esto es lo que celebramos en Adviento que, como ha señalado el Papa Benedicto XVI, “pone en primer plano el movimiento de Dios hacia la humanidad, al que cada uno está llamado a responder con la apertura, la espera, la búsqueda y la adhesión”.

¡Él viene a traernos una vida plena y eternamente feliz!; por eso, por nuestro bien, Juan el Bautista nos invita a preparar el camino para recibirlo. Al meditar este pasaje del Evangelio, Orígenes decía: “Prepara en tu corazón el camino al Señor, por medio de una buena vida, y dirige la senda de ella por medio de obras nobles y perfectas, para que la palabra de Dios discurra por ti si ningún obstáculo”.

Pero, ¿cómo hacerlo cuando hay tantos impedimentos que nos estorban, como crisis, enfermedades, problemas en casa, con la novia, en la escuela, en el trabajo y tantas injusticias en este mundo? “Era difícil el camino de la vida y del conocimiento del Evangelio, a causa de que las pasiones humanas embargaban las almas” –escribió san Cirilo, y continuaba-: “Pero cuando Dios, hecho hombre, destruyó el pecado en su carne, todo fue allanado, y se hizo fácil el camino, no habiendo ya collado ni valle que sea obstáculo para los que quieran caminar”.

Elevar el alma a Dios, para rebajar lo que nos daña

¡Sí!; “cuando vino Jesús, y envió su Espíritu, -nos dice Orígenes- todo valle fue rellenado con las buenas obras y con frutos del Espíritu Santo, poseyendo los cuales, dejarás de ser valle,  y empezarás a ser el monte de Dios” ¡Es Cristo quien posibilita nuestro hacer! ¿Qué nos toca a nosotros?, confiar en Él, y poner de nuestra parte, procurando enderezar el camino de nuestra vida para salir del círculo asfixiante y sin sentido del egoísmo, y convertir lo escabroso de nuestra falta de caridad, en una vía llana, libre de las piedras del relativismo, el subjetivismo, la sensualidad, la manipulación, la envidia y el rencor, para así encontrarnos con el Señor y con el prójimo, y establecer una relación de amor, unidad y solidaridad con los que nos rodean.

“Todo valle será rellenado”, anuncia hoy el Evangelio, enseñándonos que con la ayuda del Señor, podemos y debemos elevar el alma a Dios, creciendo más y más en el amor; un amor que se traduzca en un mayor conocimiento de nuestra fe y una mejor sensibilidad espiritual, que nos permita descubrir la presencia de Dios, aun en las adversidades de la vida, para no ofuscarnos por los problemas. Elevando el alma a Dios encontraremos la fuerza para rebajar la “montaña” de nuestra soberbia que nos hace víctimas de nuestras pasiones.

Elevar el alma al Creador y rebajar lo malo, nos dará la fuerza necesaria para amar al prójimo y enderezar nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo, y nuestros ambientes de amistades, de estudio y de trabajo, de tal manera que todos vayamos preparando el camino del Señor, alcanzando la paz y la felicidad que tanto anhelamos. Preparémonos a esta Navidad uniéndonos a la Santísima Virgen María, para recibir al Señor como Ella. “Viviré este Adviento Según las indicaciones de la Santísima Virgen: mansa y humilde”, escribió santa Faustina. Hagámoslo también nosotros. “Así, nuestra fe será cada día más profunda, más convencida y más coherente, y seremos de verdad testigos de Dios, hasta los últimos confines de la Tierra”.