Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad

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Como dice el refrán: “No hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla” ¡Estamos a punto de celebrar la Navidad! Por eso, seguramente ya hemos arreglado nuestros hogares poniendo el árbol, el nacimiento, y otros adornos, y ahora nos encontremos apuraos planeando el menú para la cena, corriendo de un lado para otro comprando los regalos que aún faltan, procurando que el dinero rinda lo más posible. La pregunta sería ¿Y estamos también preparando el corazón para recibir a Jesús, que quiere hacer nuestra vida plena y eternamente feliz?

Quizá, influidos por una cultura a veces confusa como la de hoy, en la que se nos habla mucho de la Navidad sin decirnos que es exactamente lo que se celebra en ella, lleguemos a caer en la tentación de prepararnos solo en lo exterior, olvidando el interior de nuestra mente y de nuestro corazón; el interior de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestro noviazgo, de nuestros ambientes de amistades, estudios y trabajo, y de la sociedad en la que vivimos, donde debemos prepararnos para recibir al gran festejado: Jesús, origen, sentido y meta de la Navidad.

¡Cómo prepararnos?; imitándolo a Él, que diciendo al Padre: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”, vino a este mundo a dársenos para liberarnos de las cadenas del pecado, y ofrecernos el poder maravilloso de llegar a ser hijos de Dios, participes de su vida plena y eternamente feliz, que consiste en amar. Así lo entendió María, a la que el Papa Paulo  VI llamaba: “la primera y más perfecta discípula de Cristo”. Por eso, como Jesús creyendo firmemente en el amor de Dios, le dio toda su confianza, y así concibió por obra del Espíritu Santo. Con el “si” de Jesús y el “si” de María, en la pequeña aldea de Belén, Dios hizo nacer al Salvador que ha venido a llenar toda la tierra con su paz; esa paz que proviene del poder fascinante del amor.

He aquí la esclava del Señor, que se encamina presurosa a servir por amor 

Fue precisamente la fuerza de ese amor lo que impulsó a María a amar a sus semejantes, con un amor creativo, concreto y activo. El programa de su vida ha sido “dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo”. Por eso, después de saber que su parienta Isabel estaba embarazada, pensando que seguramente necesitaría su ayuda, se encaminó presurosa a servirla, comunicándole el amor de Jesús, a quien llevaba en su seno virginal. María podría haber dicho: “Yo también estoy esperando un Hijo, nada puedo hacer por ella”, pero no; pensó en Isabel, en sus necesidades y corrió a servirla.

Y nosotros ¿cómo pensamos? Quizá más de una vez, ante los sentimientos y necesidades de la esposa o del esposo, de la novia o del novio; de las preocupaciones de papá o mamá, de las ilusiones de los hijos, de las angustias, de los hermanos, de las necesidades de los compañeros de estudio o de trabajo, de los patrones o de los empleados, y de quienes padecen alguna forma de pobreza, lleguemos a pensar que todo es menos importante que nuestros propios sentimientos, trabajos, sueños, necesidades y deseos. Y por eso, en lugar de encaminarnos presurosos a servir, nos quedamos como “caracoles” –conchudos y babosos-, moviéndonos con tremenda lentitud.

Esta cerrazón nos hace poco inteligentes y hasta poco prácticos, porque ¿de qué sirve poner un bello nacimiento, si no estamos dispuestos a recibir a Jesús, ni a vivir como Él nos enseña? ¿De qué sirve desear feliz navidad y dar regalos si no estamos dispuestos a comprender, a respetar, a tratar con justicia, a servir y a perdonar? ¿De qué sirve enviar tarjetas o e-mails navideños con frases hermosas y plagadas de buenos deseos, sino hacemos algo para que todo eso se haga realidad? San Beda, contemplando el ejemplo de la Santísima Virgen María, afirmaba: “Todo el que concibe al Verbo de Dios en su inteligencia, sube al punto por la senda del amor a la más alta cumbre de las virtudes… hasta permanecer en la perfección de la fe, de la esperanza y de la caridad”.

Jesús y María nos enseñan que el amor no se escribe ni se platica; sino que se vive y se practica. San Francisco de Asís,  que en el siglo XIII impulsó la costumbre de los nacimientos, decía: “Es una gran vergüenza para nosotros (…) el que los santos hayan actuado con los hechos, y que nosotros queramos, únicamente relatando y predicando las cosas que ellos hicieron, recibir honor y gloria”.  Como María, preparémonos para vivir esta Navidad escuchando la Palabra de Dios, confiando en Él, y apresurándonos para comunicar su amor a los demás.