¿Quién es Jesús para nosotros?

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Al narrar los “sabrosos razonamientos” entre don Quijote y Sancho Panza, Cervantes nos presenta n interesante diálogo en el cual, el ingenioso hidalgo dice a su escudero: “…has de saber que en ese nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se extiendan más sus pensamientos que a servirla por solo sr ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino que ella se contente de aceptarlos por sus caballeros. –Con esa manera de amor_ dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por si solo… -¡Que de discreciones dices a veces –dijo don Quijote- No parece sino que has estudiado.”

En la actualidad, a muchas personas les sucede lo que a Don Quijote; entregan su vida entera a personas y cosas como si fueran Dios, aunque en realidad no lo sean ¡Cuantos dan casi un culto idolátrico a deportistas y artistas, o a personas por las que se apasionan! ¡Cuantos se rinden totalmente a las imposiciones de la moda!, que les ordena centrarlo todo en su cuerpo, procurando lucir una figura espectacular, vestir provocativamente, actuar vulgarmente, divertirse, ganar dinero como sea, evitar el esfuerzo de razonar con profundidad, abandonarse al impulso ciego del instinto, y consumir sensaciones y emociones inmediatas y gratificantes, usando a los demás como objetos de placer, de producción o de consumo, y desentendiéndose de las necesidades del prójimo.

Pero ¿Cuáles son las consecuencias de vivir así?: que tarde o temprano se experimenta la desilusión de haber construido el edificio de la propia vida en un terreno arenoso, que no satisface plenamente, ni dura para siempre; hasta que un día, todo se derrumba alrededor de estas personas y, lo que es peor, dentro de ellas. Jesús, en quien Dios nos ayuda para que no quedemos confundidos, a fin de que edifiquemos nuestra vida correctamente, nos invita a comprender quien es Él y que significa en nuestra vida y para toda la creación. Por eso nos pregunta: “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy?” Pedro, iluminado por Dios, exclama: “Tu eres el Mesías”. Así reconocía que Jesús es el Hijo de Dios, ungido por el Espíritu Santo para salvarnos, y hacer nuestra vida plena y eterna.

Creer en Jesús es aceptar su estilo de salvación: el amor hasta el extremo. Pero confesar esta verdad implica aceptar el estilo de salvación de Dios, sin pretender imponerle el nuestro. “No basta, por tanto, esta confesión para probar la fe” comenta san Gregorio Magno. “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con obras? –dice por su parte Santiago, y continúa- la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta. Por eso, queriendo ayudar a Pedro que, luego de confesar a Jesús como el Mesías, tras escuchar de Él que era necesario que padeciera mucho, trató de disuadirlo, el Señor lo reprendió así: “¡Apártate de mí, satanás! Porque tú no juzgas según los hombres”.

De esta manera nos enseña que reconocerle como Mesías es dejarle salvarnos por el camino del amor “hasta el extremo”. Por eso, san Juan Crisóstomo comenta: “…es como si dijera a san Pedro: Tú me reprochas que quiera sufrir la pasión, pero yo te digo que… os llamo a bienes que todos deben querer, y no a males ni a nada nocivo como pensaís. San Pablo lo comprendió; por eso exclamó: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo”. “Los cristianos –comenta el Papa Benedicto XVI- no exaltan una cruz cualquiera, sino la Cruz que Jesús santificó… Cristo en la Cruz derramó toda su sangre para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. Por tanto, de signo de maldición la Cruz se ha transformado en signo de bendición, de símbolo de muerte en símbolo por excelencia del Amor que vence el odio y la violencia y engendra la vida inmortal”.

Jesús nos invita a seguirle por este camino de amor, que hace la vida plena en esta tierra y eternamente dichosa en el Cielo. Un camino que nos permite vivir conforme a nuestra propia naturaleza, ya que Dios nos ha hecho a imagen y semejanza suya, con la capacidad y la responsabilidad de recibir y de dar amor. Para hacerlo, es preciso, con la ayuda de su gracia, renunciar a nuestra antigua vida, y esforzarnos por alcanzar el ideal que nos ofrece, llevando nuestra cruz, “mortificando al cuerpo con la abstinencia, o al alma con la compasión de los males ajenos”, como enseña san Beda. Así podremos caminar cada día ante el Señor por la tierra de los vivos, y alcanzar la eternidad sin fin que solo Él nos puede dar.