¡Ese Camilo revoltoso!
VI DOMINGO ORDINARIO CICLO B
Se le quitó la lepra y quedó limpio (cfr. Mc. 1, 40-45)
Camilo era una calamidad; de temperamento impulsivo y peleonero, desde adolescente comenzó una vida desenfrenada, particularmente a causa de su adicción al juego, que le acarreó graves problemas por los ambientes que frecuentaba y las apuestas que hacía. A los diecinueve años, este joven arrebatado, decidió enrolarse en el ejército, que luego dejó tras ser herido. Pero mas tarde volvió a la milicia, a las juergas y a su vicio por el juego, hasta acabar mendigando. Después, una llaga en el pie lo obligó a internarse en el Hospital de los incurables de San Giacomo en Roma, donde causó tales desordenes por su carácter revoltoso y su adicción a las apuestas, que los responsables del Hospital tuvieron que expulsarle, para evitar que los demás enfermos se vieran afectados.
Ya en el Antiguo Testamento, buscando el bien de la comunidad, en el libro del Levítico se ordenaba que, una vez que alguien era diagnosticado con lepra, debía ser separado, teniendo que vivir solo (38). “Sin embargo –comenta el Papa Benedicto XVI-, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal”(39). “Cristo es el verdadero médico de la humanidad, , a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre” (40).
Jesús, el enviado del Padre con la fuerza del amor, recorre Galilea, anunciando la Buena Noticia de que, a través de su presencia y de su actividad, Dios entra en la historia del mundo para darnos su amor que nos libera del pecado y nos da la salud: llegar a ser hijos suyos, partícipes de su vida plena y eterna (41). ¡En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo! (42). De alguna manera, el leproso del Evangelio lo comprendió. Por eso, de rodillas, le dijo: “Si tu quieres, puedes curarme”. Entonces, el Señor, compadecido, lo tocó, y le dijo: “¡Si quiero: Sana! “Con este gesto –señala el Papa Benedicto XVI-, Jesús manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida en abundancia (Jn. 10, 10). Cristo es la mano de Dios tendida a la humanidad, para que pueda salir de… la enfermedad y de la muerte” (43).
Cristo: el verdadero “médico” de la humanidad
Aquel hombre estrechó la mano que Dios le tendía en Cristo (44): confesando con humildad la potestad divina presente en Jesús, “muestra la llaga y pide el remedio” (45), como escribe San Beda. Lo mismo hizo aquel Camilo de que hablábamos al principio; un día, luego de escuchar una prédica acerca de la Palabra de Dios en el Convento de los Capuchinos en Manfredonia, donde estaba trabajando, aceptó a Jesús como su salvador. Y reconociendo sus pecados, pidió perdón. Era el año de 1575, y Camilo de Lelis tenía 25 años de edad. A partir de entonces, entregándose a servir a los enfermos, su vida, “bajo la influencia del Espíritu, se presenta como un relato maravilloso del amor de Dios creador y redentor, que manifiesta de modo especial su ternura misericordiosa de médico de las almas y de los cuerpos” (46), comenta empapa Juan Pablo II.
“Todo lo que hagan ustedes… háganlo para gloria de Dios –enseña otro hombre que se dejó sanar por Cristo, san Pablo-, yo procura dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés” (47). Así lo hizo San Camilo de Lelis, quien, volviendo como enfermero al Hospital del que había sido expulsado por revoltoso, se dedicó a tender a los pacientes con tal generosidad, que fue nombrado asistente general. Luego fundó a los Clérigos Regulares Ministros de los enfermos, y fue ordenado sacerdote. Y a pesar de los dolores que tuvo que soportar durante 36 años a causa de la llaga de su pie, daba a todos lo mejor de si, hasta que fue llamado al Cielo a los 64 años de edad. Fue proclamado patrón de los enfermos y de los hospitales por el Papa León XIII en 1886, del personal sanitario por el Papa Pío XI en 1930, y de la sanidad militar italiana por el Papa Paulo VI en 1974 (48). ¡Vaya que si la salud que Cristo ofrece es efectiva!
Hoy Jesús pasa junto a nosotros. Es el momento de decirle, con fe y confianza: “¡Si quieres, puedes curarme!”. “Si quieres puedes curarme de mi egoísmo, de mi desconfianza hacia Ti y hacia tu Iglesia; de mi relativismo, de las pasiones que me arrastran, de la desesperanza que me arrincona en la mediocridad, de la envidia, de la indiferencia y del rencor. Si quieres, puedes curar mi matrimonio, mi familia, mi noviazgo y al mundo entero”. Entonces, por medio de sus sacerdotes, en el sacramento de la Confesión, nos dirá: “Sí quiero: Sana!”. Así, dichosos al haber sido absueltos de nuestras culpas (49), seremos capaces de darnos a los demás, ayudándoles a dirigirse al Señor para implorarle con confianza: “si quieres, puedes curarme”.