¡Dios se interesa por nosotros!

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Un chiste narra cómo al llamar a un Instituto de Salud Mental, una grabación contesta: “Gracias por llamar. Si usted sufre amnesia, presione el número 8, el 19 y el 155, y diga, de memoria, su nombre completo, dirección, teléfonos, fecha de nacimiento, tipo sanguíneo, los números de su registro único de población, de su licencia de conducir y de su pasaporte, así como el apellido de soltera de su bisabuela. Si es depresivo, no importa que numero pulse; nadie le va a contestar. Si es paranoico, no pulse ningún número, nosotros sabemos quién es usted y lo que hace; espere en la línea mientras rastreamos su llamada. Y si padece de baja auto estima, por favor cuelgue; nuestros operadores están ocupados atendiendo a personas realmente importantes”.

Para nuestra tranquilidad, Dios no es así. Él, que nos ha creado y nos sostiene en el ser y en la existencia, se interesa por nosotros; se ocupa de nuestras alegrías y de nuestras penas, de nuestros éxitos y de nuestros fracasos, de nuestros deseos e inquietudes. No nos abandona en nuestros errores, ni se desentiende de nosotros. No nos subestima, ni nos pide cosas absurdas o imposibles. Nos ama tanto, que quiere que seamos verdadera y plenamente felices. Para eso ha enviado a Jesús, quien naciendo de la Virgen María, con su vida, pasión, muerte y resurrección, nos ha comunicado al Espíritu Santo, para liberarnos del poder del pecado, del mal, de la muerte, convocarnos en su Iglesia y hacernos hijos suyos, herederos de su vida bienaventurada. Así, en Cristo se nos muestra la bondad divina, que hace posible que nuestra tierra produzca su fruto.

Por eso, san Pablo, enviado por el Señor, nos dice: “Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mente para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento” ¡Sí!, Jesús, ha venido a llevarnos a la comunión con Dios, en quien la vida se hace plena para siempre y todas las cosas alcanzan su perfección definitiva. Él, por puro amor, ha querido hacer partícipes de su apasionante misión a sus Apóstoles, enviándolos a ser testigos de que en Cristo, Dios se ha hecho uno de nosotros para hacernos semejantes a Él. “Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo –comenta el Papa Benedicto XVI-, no puede dejar de responder a este amor si no es con un amor semejante: te seguiré a donde quiera que vayas (Lc 9, 57)”

Jesús nos envía hoy a comunicar su amor, que nos llena de esperanza

“Nacida… de la misión de Jesucristo, la iglesia es a su vez enviada por Él –recordaba el Papa Paulo VI-. La Iglesia permanece en el mundo… como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo… Ella lo prolonga y lo continúa… En ella, la vida íntima –la vida de oración, la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de los apóstoles, la caridad fraterna vivida, el pan compartido- no tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio… y anuncio de la Buena Nueva. Así es como la Iglesia recibe la misión de evangelizar y como la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto”

¡Si!, cada uno de nosotros, unidos al único Cuerpo de Cristo, la Iglesia, somos discípulos y misioneros de Cristo. Como discípulos, necesitamos estar siempre unidos al Maestro, escuchando su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia,  que podemos comprender rectamente y anunciar legítimamente con la guía del Magisterio. “Así… también nosotros tenemos una auténtica y personal experiencia de la presencia del Señor resucitado… Esta es nuestra gran alegría… que nos hace vivir y encontrar el camino hacia el futuro”, como ha afirmado el Papa Benedicto XVI.

Así, fiados en el poder de Dios, que nos comunica su fuerza en los sacramentos, debemos ser misioneros suyos, yendo “de dos en dos”, es decir, unidos a la Iglesia, testimoniando, con nuestra oración, con nuestras palabras y con nuestras obras el amor de Dios por la humanidad, “portando solo una túnica” lo que significa, como advierte San Agustín, evitar cualquier forma de ambigüedad en el anuncio del Evangelio, o de doblez en las palabras y en las obras. De esta manera, en nombre de Cristo, podremos ser instrumentos para ayudar a sanar de la enfermedad del error y del pecado a cuantos lo padecen, y a liberarse del dominio de satanás a cuantos se encuentran encadenados por el egoísmo y sus pasiones. No nos subestimemos pensando “es demasiado, yo no puedo”; el Señor, que nos ha elegido, como eligió y fortaleció al profeta Amós, está con nosotros.